4/5/09

Cuando Europa era blanca

Por: Alejandro Caravario

Mario Balotelli es un muy joven jugador de Inter (apenas 18 años) que pinta para colmar las ambiciones del público italiano a la brevedad. Mide 1,88 metro; calza 45 y su potencia en el área es enemiga de las digresiones y los ornatos que en nada ayudan al resultado. El chico va derechito al arco. Además guapea y, lejos de intimidarse ante adversarios más experimentados, los provoca con su lengua afilada, que muchos señalan como uno de sus rasgos distintivos (y problemáticos).

Promesa detectada hace tiempo, juega en la selección sub 21 de su país, formación en la que también ofreció pruebas de su eficacia. Nacido en Palermo, con grandes chances de escalar al podio de los héroes deportivos, una módica herencia genética, sin embargo, conspira contra una carrera que, hasta aquí, anduvo sobre rieles: es oscuro como la noche y como sus padres ghaneses.

Todos se enteraron seguramente del incidente que lo tuvo como víctima del desprecio racial. Fue el sábado 18 de abril, en el Estadio Olímpico de Turín, cuando los hinchas de Juventus lo cubrieron de insultos durante el empate 1-1 en el que Balotelli metió el gol de su equipo.

Si bien el episodio se inscribe en cierta rutina racista instalada en las canchas italianas (apenas un eco de lo que ocurre con la sociedad europea y su legislación persecutoria), los resortes de la corrección política se activaron de inmediato. Sanción para Juventus, cuyo presidente, Giovanni Cobolli Gigli, pidió disculpas públicamente; escándalo de su colega del Inter, Massimo Moratti, a quien respaldó nada menos que el ministro de Defensa... En fin, un circo previsto por el protocolo.

El gesto más fiable (y la observación más inteligente) provino del foro de Internet de los hinchas de la Juve vecchiasignora.com: "Es justo castigar a quien protagoniza insultos racistas, pero permítannos notar en todo esto un poco de hipocresía".

Se sabe que la cancha otorga licencia para ventilar bajos instintos y borrar con el codo la prédica cotidiana de mucha gente respetable, que ante los colores de su club casi que pierde la razón.

De cualquier manera, Balotelli, estrella en ciernes, a lo sumo sufrirá lo que dice sufrir Samuel Eto´o, que tiene que correr como un negro para que le paguen como a un blanco, según la célebre queja acuñada por el camerunés.

Peor que el delantero de Inter la pasó, en esos mismos días, el pobre marroquí ("residente legal", insisten los cables) al que una patota de italianos le incendió su casa en la pequeña ciudad de Albenga y lo dejó al borde de la muerte.

Sin duda, el fenómeno de las migraciones y su consecuente crispación social seguirá siendo un gran tema (explosivo, temido) en Europa. En el cortocircuito con Balotelli acaso lo llamativo es la negación expresa de los insultos: "¡No existen italianos negros!", le gritaban a un jugador que ha vestido al camiseta nacional.

Los brasileños, en 1958, tenían una selección blanca (hoy impensable) y si no hubiera mediado una rebelión liderada por Didi, en el campeonato de Suecia, tal vez Pelé y Garrincha habrían permanecido en el banco de suplentes. Más cerca en el tiempo, muchos franceses, a pesar de haber ganado el Mundial por primera vez, no terminaban de consentir que esa selección del 98, de ascendencia árabe y negra, fuera realmente representativa. Ya no se trata de inmigrantes, sino de europeos nativos que de todos modos padecen el menosprecio etnocéntrico, las rémoras del sueño purista y monocromo de una cultura superior que ha caducado. Aunque alivianada por su envoltorio lujoso, el fútbol suele exhibir a menudo alguna muestra de esa fantasía en crítica extinción.

Publicado por: ESPN

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